domingo, 5 de febrero de 2012

¿Por qué hacer teatro contemporáneo?

Recientemente he releído el manifiesto que escribió el dramaturgo Juan Mayorga con motivo de la celebración del Día Mundial del Teatro, el 27 de marzo de 2003.
La pregunta que articula este escrito es aparentemente simple: “¿por qué escribir teatro contemporáneo?”. Y sin embargo, a mi juicio, se trata de una cuestión de enorme peso y actualidad. En este mundo en el que vivimos, en el que se multiplican las prácticas artísticas, donde apenas existen definiciones de lo que sean las artes y donde los criterios de demarcación se difuminan a gran velocidad, creo que resulta de vital importancia una parada para la reflexión. Es necesario que la estética filosófica nos obligue a detenernos en medio de la vorágine de nuevos artistas, medios de producción, críticos y comisarios y nos planteemos ¿por qué seguir haciendo arte?, en este caso, ¿por qué seguir haciendo teatro?

Mayorga en este manifiesto trae a colación una anécdota que plasma a la perfección esta preocupación: en ella narra un encuentro en China, donde tuvo la oportunidad de hablar con un gran actor de teatro tradicional de la Compañía Nacional de Ópera de Pekín. Relata cómo quedó fascinado por este actor que llevaba toda su vida representando el mismo papel; papel que representó su padre y también su abuelo y su bisabuelo… y que, además, trataba de representar del mejor modo posible imitando a sus antepasados. En la ópera china no hay lugar para la innovación: texto, gestos, escenario, personajes, actores y directores…todos repiten en una ocasión tras otra el modelo que han recibido a través de la historia, sin realizar el más mínimo cambio.

Cuando Mayorga preguntó al actor por qué no actualizaba su papel, por qué no lo representaba desde la perspectiva contemporánea, obtuvo una respuesta que según dice aún le persigue. La respuesta, obvia en cierto sentido, es la siguiente: para qué cambiar nada si lo que hay hecho está bien. Si los personajes, los textos y la forma de llevarlos a cabo que han recibido en herencia, expresan de manera adecuada el mundo, si lo representan acertadamente, ¿para qué cambiar nada?
Si consideramos el conjunto de piezas teatrales que hemos conservado en el museo de la historia del teatro como una representación acabada de lo que es el mundo, de lo que es el hombre, con sus experiencias y pasiones… la pregunta brota de manera espontánea: para qué seguir planteando estas mismas preguntas en la actualidad, si ya tenemos un gran bagaje histórico de respuestas iluminadoras a nuestra disposición.

Pero el actor chino iba incluso un paso más allá: consideraba que representar las obras desde la actualidad supone reducirlas, confinarlas a un determinado momento histórico que, como cualquier otro, está destinado a desaparecer. Por lo tanto, lo que se conseguiría sería simplemente hacer que la obra perdiera universalidad y quedara limitada.

No es de extrañar que la rotundidad de estas afirmaciones alimente la duda y fuerce a la reflexión, “¿para qué escribir una obra más, una palabra más?”, se pregunta Juan Mayorga.

La búsqueda de una respuesta a esta pregunta puede considerarse el hilo conductor de algunos de sus textos más importantes. Al fin y al cabo, se trata de una cuestión radical para un dramaturgo: si hay un motivo para escribir nuevas obras o para actualizar las clásicas, su labor artística estará legitimada; pero si por el contrario no es capaz de encontrar una buena razón, ¿qué sentido puede tener su trabajo?

Creo que esta pregunta, precisamente por su radicalidad, puede añadirse al conjunto de cuestiones que se han propuesto a lo largo de la historia de la reflexión filosófica; por eso me parece relevante recordar aquí el modo en que Heidegger caracterizaba todo preguntar metafísico: “toda pregunta metafísica abarca siempre la totalidad de las problemáticas de la metafísica. Es esa propia totalidad. Así pues, toda pregunta metafísica sólo puede ser preguntada de tal modo que aquel que la pregunta –en cuanto tal- está también incluido en la pregunta, es decir, está también cuestionado en ella.”[1]

Lo realmente importante de este tipo de preguntas que ni podemos contestar ni tampoco dejar de plantear, es, volviendo a Heidegger, la pregunta misma, ya que para ella no existe una respuesta.
Sin embargo, si la pregunta es lo importante, es porque nos invita a formular respuestas, de modo que a la cuestión de ¿por qué escribir teatro contemporáneo?, Mayorga avanza en este mismo texto su propia respuesta: “solo valdrá la pena trabajar en un teatro que enriquezca la experiencia del espectador”.

Aquí se encuentra la justificación de la tarea del dramaturgo: en su compromiso con la sociedad y el momento histórico en el que vive.

El hacer teatro en la actualidad sólo tiene sentido si es capaz de mostrar lo que hay, cómo es el mundo en el que vivimos. Gracias a esa mentira que es el arte, el dramaturgo puede hacer patente la realidad que nos rodea y obligarnos a mirar dentro de ella. Esa ficción conscientemente compartida, el tácito acuerdo de suspensión de la realidad que sustenta a toda representación teatral, tiene el poder de detener un instante nuestro mundo y mostrárnoslo, representarlo, escenificarlo, de modo que se rompa el hechizo de lo cotidiano que nos impide reparar en las situaciones en las que estamos.

Frente a la invasión de la llamada “industria cultural”, que solamente ofrece obras que afirman el estado actual de las cosas, y que trata de aletargar el pensamiento, la labor del escritor es la de crear experiencia. Si el dramaturgo logra hacer pensar al público, si logra agitar su conciencia de modo que se le haga visible la realidad, entonces habrá encontrado el modo de legitimar y dar sentido a su trabajo.

¿Por qué seguir haciendo teatro hoy? Porque las categorías artísticas son en realidad históricas, por lo que, aunque los temas centrales de la representación teatral sean fundamentalmente los mismos, es necesario presentarlos y hacerles frente desde la actualidad de cada momento histórico. La labor del dramaturgo es crear y hacer legible la experiencia, bien creando obras nuevas, bien traduciendo y adaptando las obras clásicas a nuestras categorías actuales.

Como consecuencia de todo esto creo que se deduce que la concepción, tanto de la realidad como de la labor del teatro, que tiene Mayorga es contraria a la de aquel actor chino: sólo actualizando en cada momento el modo de representar la realidad, puede el teatro ser efectivo, ya que la realidad no ha sido representada de una vez y para siempre de manera completa en ninguna de las obras clásicas, ni siquiera en el conjunto total de las obras clásicas, sino que es algo que tenemos que ir construyendo en cada momento.



[1] Martin Heidegger: ¿Qué es metafísica? Madrid: Alianza, 2006. pg 14

2 comentarios:

  1. Interesante el blog.
    Veo que está comenzando.
    Solo saludar, y ánimos, se me hace apetecible la lectura.

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  2. Sí, está dando sus primeros pasos, espero que evolucione bien. Muchas gracias por los ánimos y por el interés.
    Saludos!

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